<- volver
a pesar de
las condiciones contemporáneas de un turbocapitalismo patriarcocolonial que provee de una acentuada





//*crisis de la presencia*, a base de

//*innovación totalitaria* y

//*rectangularización de la vida*,
El estudio de las culturas materiales de la volumetría requiere un enfoque de doble vínculo. El primer vínculo está relacionado con la cultura material del volumen. Tenemos que hablar del volumen que los llamados cuerpos ocupan en el espacio desde la perspectiva material de lo que están hechos, las condiciones reales de su presencia material y las implicaciones de qué espacio ocupan, o no. Pero también hay que hablar de las disposiciones materiales de la métrica, de toda la ecología de herramientas que participa en las operaciones de medición. El segundo vínculo se refiere, por tanto, a los aspectos tecnopolíticos de la producción de conocimiento mediante la medición de la materia y de la propia materia medida; en otras palabras: la cultura material de la métrica.

La cultura material de la métrica volumétrica y su doble vínculo interno implican una comprensión de las relaciones tecnosociales como algo que siempre se está gestando, y que tanto da forma como se forma bajo las condiciones de las formaciones culturales. Por lo tanto, ser sensible a la materia también implica una responsabilidad crítica hacia las exclusiones, reproducciones y limitaciones que tales formaciones ejecutan. Decidimos abordar esta complejidad asumiendo nuestra capacidad de respuesta con un inventario lleno de casos y una actitud explícitamente política.

La forma en que la materia importa afecta directamente a cómo algo se convierte en un régimen estructural y estructurado, o más bien a cómo se convierte en una amalgama contingente de fuerzas. No cabe duda de que la métrica puede considerarse un ámbito cultural propio, pero ¿qué hay de la posibilidad del volumen como campo cultural, infundido por un aparato de axiomas y supuestos que, a pesar de sus rígidas afirmaciones, no se refieren a una realidad preexistente, sino que en realidad están prestando una propia?

Urge dedicarle un tiempo de calidad a la idea de que el volumen, tal y como se entiende popularmente, es el producto de una evolución específica de la cultura material. Queremos activar una conversación pública, preguntando: ¿Cómo se distribuye el poder en un mundo que está mundificado por ejes, planos, dimensiones y coordenadas, cristalizando demasiado a menudo y demasiado pronto las abstracciones en un camino hacia la naturalización de qué presencias cuentan dónde, para quién y durante cuánto tiempo?

[https://possiblebodies.constantvzw.org/book/index.php?title=Introduction]
Para Tiqqun, la inquietud que resulta de ahí no es un fenómeno negativo, sino precisamente la condición necesaria (pero no suficiente) para otro habitar. Porque, ¿quién pierde la realidad y el mundo? ¿Qué es lo que entra en crisis? En general, la presencia que se desfonda es la figura clásica del sujeto como entidad completa, autárquica, regente, centro y medida de todas las cosas.

Llamaremos “presencia soberana” a esta modalidad de ser-en-el-mundo como fortaleza absoluta, separada, sin relación, autosuficiente y autocentrada. Esa presencia soberana puede ser un solo cuerpo, un grupo o una sociedad entera. Pero se define en todo caso por una relación de dominio con el afuera. El mundo sólo inspira confianza a la presencia soberana en la medida en que lo puede controlar.

En el esquema metafísico, la presencia soberana se alza frente un mundo de cosas opuesto que trata de gobernar mediante el lenguaje y la técnica.

Primero, es una filosofía de la manufactura: “la visión [la idea] del manufacturero impresa luego en el material disponible [el mundo] y ofreciéndose a la vista de todos en el producto terminado [el objeto]”. Segundo, una filosofía de la definición: “la operación sintáctica que consiste en la atribución de un predicado a un sujeto”. Ambas operaciones son apropiadas a una región concreta de fenómenos (artefactos,
cosas) y actividades (identificar, nombrar). Pero su extensión universal como modo de pensar —y por tanto como presupuesto sobre lo pensado— es el rasgo
característico de la cultura metafísica.

La crisis de la presencia es la experiencia donde colapsa la realidad, y nosotros con ella. El soberano cede, abdica. No mantiene la compostura frente a un mundo sometido, sino que más bien es arrebatado y engullido por él. El soberano interpreta esto como un acto de violencia: “posesión”, “embrujo”. ¿Quién es el “intruso” que atraviesa sin permiso mis dominios? El intruso no es otro que el mundo, que de pronto desbarata la relación de fuerzas y me afecta. La distinción entre el mundo y yo pierde sus fronteras, se emborrona. Y con ella se hunde la metafísica de una presencia garantizada, el ideal de un observatorio arrancado al mundo que sobrevuela las situaciones, los acontecimientos y los devenires: el pensamiento como cálculo y estrategia, el lenguaje como operación clasificatoria “objetiva”, la acción como técnica e intervención exterior.

Cada crisis de la presencia (ya sea personal o colectiva) abre una rasgadura en el orden de la metafísica que puede habilitar otra experiencia del mundo: ya no la identidad absoluta de uno consigo mismo más allá de los contextos y las relaciones, sino la exposición, el ser-en-situación, el entrelazamiento, la presencia común.


La crisis de la presencia puede ser la antesala de un desplazamiento, porque disuelve todo ideal de una presencia autoritaria y dispone otro punto de partida para nuestro habitar.

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